LA CRÓNICA
Por el microbiólogo más dicharachero de la UIB
El pasado sábado unos aguerridos microbiólogos y algunos de sus familiares se levantaron dispuestos a llevar a cabo la dura misión que Dios les había encomendado: dar buena cuenta del conejo que les aguardaba con impaciencia. La mañana, aunque fría, amaneció soleada, presagiando el agradable evento que se avecinaba : los pajarillos cantaban, las nubes se levantabanÖ ¡Uf, qué cursi está quedando esto!
En fin, que gracias al plano confeccionado por nuestro guía particular, el ínclito Dr. Gil, auténtico experto en este tipo de reuniones y punto de referencia a seguir, la gente fue llegando al lugar de destino con más o menos destreza, en función de si encontraron la calle buena a la primera o no. El restaurante, sito en una tranquila zona de las afueras de Binissalem, contaba con unas instalaciones deportivas colonizadas por una multitud de niños en plena merendola, cuyo motivo no quedó del todo esclarecido. Dichas instalaciones, como veremos más adelante, fueron utilizadas posteriormente por los más valientes de nuestra troupe.
Debido a que negros nubarrones comenzaban a cernirse sobre el horizonte, se abandonó la idea de la comida en la terraza. Sabia decisión, sin duda, puesto que a medida que transcurrió la tarde el frío y el viento hicieron importante acto de presencia. Una vez todos sentados en la mesa, la cosa se empezó a poner seria: para picar "un poc de frit". Los impresionantes platos de frito tanto de matanzas como de marisco iban acompañados, como no, por un vinito de la zona. Después de este calentamiento las mandíbulas ya estaban listas para el plato estrella de la tarde: el conejo.
La sorpresa de los allí presentes al ver
aparecer el conejo fue importante, en primer lugar, por la presentación,
y en segundo lugar por el sabor. El conejo se sirvió en trozos deshuesados
rebozados cuyo sabor y suavidad recordaban cualquier cosa menos la carne
conejo. ¡Vamos, que si no nos dicen que estamos comiendo conejo ni
nos enteramos! El quorum fue absoluto, y todo el mundo quedó
satisfecho. Pero la comida, como toda buena comilona que se precie, no
terminó aquí ya que a continuación se degustaron los
impresionantes postres caseros: además de los ya habituales mouse
de chocolate y sorbete de limón también había un sorbete
de mora que tiraba de espaldas y unas tartas de plátano y almendras
impresionantes. Y como no, los cafés y la copita.
La imprudencia de este grupo no tiene límites. Por si no fuera poca temeridad zamparse lo arriba mencionado, algunos inconscientes incluso osaron jugar un partidillo de baloncesto en las pistas que allí se encontraban, castigando al resto con sus bochornosas habilidades y nulas aptitudes. Huelga comentar que el espectáculo fue lamentable, pudiéndose contemplar en algunos casos cómo el órgano hepático salía por la boca de algún jugador, como fue el caso de este servidor. A pesar de todo ello, hay que alabar el valor y el coraje de estos valientes que desafiando al frío y al viento (cuyas rachas superaron en determinados momentos los 120 km/h), llegaron incluso a meter alguna canasta. No menos mérito tuvo el personal que mientras tanto se moría de frío y esperaba estoicamente a que los más flojos de cascos terminaran de jugar con la pelotita de las narices, para poder así llegar a casa y calentarse junto al brasero.