IN - LogotipoPilar Riera Díaz - El pensamiento de Hannah Arendt, una visión global

8. El republicanismo

Sin embargo la propuesta arendtiana no es derrotista, sino que persigue buscar o recuperar el espacio de lo público, el espacio de la política, pues la acción no es una actividad humana agotado y puede reaparecer, es decir, podemos confiar en que a través de la acción pública recuperemos el espíritu revolucionario que pueda hacer nacer de nuevo un espacio público;  y esta es la vía que  lleva a nuestra autora a conectar con el republicanismo.  Arendt no expone sistemáticamente su concepción de ese republicanismo que bebe de las fuentes clásicas de Aristóteles y de Maquiavelo, y que promueve una forma de democracia deliberativa de consejos populares (el modelo se basaría en los consejos revolucionarios de entre 1870 y 1871, en los soviets de Rusia de 1905 y de 1917, o en los más recientes consejos populares que se dieron en 1956 durante la revolución húngara).  Parece que el modelo de Estado arendtiano pasaría por una suerte de federación de consejos populares (de fábrica, de barrio, de estudiantes, ...) poco o nada burocratizados, en el que el poder se distribuyera horizontalmente, puesto que estos consejos crearían nuevos espacios de actuación política en la medida en que tendrían como objetivo preservar la libertad pública, al tiempo que crear el espacio donde pueda ejercerse.  No articula mucho su modelo ni se plantea el problema de la no perdurabilidad de estos consejos, pero piensa que pueden representar un modelo para el Estado, un Estado que se situaría con ello lejos del liberalismo (que funciona con el supuesto de que deben ser protegidos los intereses individuales o privado) así como del comunitarismo (que supone la priorización de lo colectivo -la nación o el partido- que dejaría al hombre individual como algo secundario).  Tampoco puede decirse que esté en contra de las democracias de su tiempo, aunque no le gusta la democracia representativa;  para ella, la representación es no-acción.   Además, en la representación se acaban defendiendo los intereses  económicos -luego privados- con lo que se convierte la política en un medio y no en un fin, como era su cometido originario:  la acción es fin en sí misma

El nuevo héroe no es un guerrero ni una estrella política mediática, sino el ciudadano ordinario que busca que su voz sea oída.  Por eso le parece a Arendt que participar en un jurado popular es similar a realizar una acción política, pues ahí se comparte un espacio de igualdad siempre artificial, donde los ciudadanos, guiados por la imparcialidad, realizarán, mediante la palabra, artificialmente, el consenso;  y ello mediante el debate racional y la exposición de perspectivas que permitan superar las incoherencias.  Porque el consenso sólo puede obtenerse mediante la persuasión, no violenta, no vertical, que me obliga a ponerme en el lugar del otro y así clarificar opiniones.  Y decimos opiniones y no verdades, pues donde hay verdades no hay democracia, y al revés.  Y donde hay verdad, no hay libertad.  Si la acción siempre afecta a otros, el poder es aquello que nace de la acción conjunta, concertada;  de manera que pertenece a un grupo que actúa concertadamente, que está, así,  unido.  A diferencia de la violencia, que es un elemento que destruye el poder.  Por eso nuestra autora prefiere la revolución americana a la francesa, pues en la primera se creó un nuevo cuerpo político sin violencia, mediante tan solo una deliberación común y una promesa mutua (en las promesas y en el perdón  es donde mejor se ve la íntima conexión entre lenguaje y acción:  hablando se actúa).  La reunión inicial de los padres fundadores legitimó el poder en la revolución americana. 

La deliberación común es importantísima pues sólo en ella puede darse la persuasión que permite cambiar de opinión, pero no a través de la propaganda manipulativa, sino del discurrir racional entre los iguales que constituyen el espacio público deliberativo.  Como ha quedado expuesto, no hay verdades políticas -eso llevaría al despotismo- sólo opiniones que los individuos -no los grupos, los grupos sólo pueden defender intereses- pueden defender racionalmente.  Por tanto, hay que crear espacios para que esa deliberación sea posible, para abrir la posibilidad del inter-cambio de opiniones;  en última instancia, hay que crear espacios políticos, donde el hombre libre pueda nacer.  Como conclusión, el final claramente optimista de Los orígenes del totalitarismo:

“cada final en la historia contiene necesariamente un nuevo comienzo:  este comienzo es la promesa, el único “mensaje” que el fin puede producir.  El comienzo, antes de convertirse en un acontecimiento histórico, es la suprema capacidad del hombre;  políticamente, se identifica con la libertad del hombre.  Initium tu esse homo creatus est (“para que un comienzo se hiciera fue creado el hombre”) dice Agustín.  Este comienzo es garantizado por cada nuevo nacimiento;  este comienzo lo constituye, desde luego, cada hombre”  (Arendt, 2009, p. 640)

 

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“Riera P. (2011). El pensamiento de Hannah Arendt, una visión global. IN. Revista Electrònica d’Investigació i Innovació Educativa i Socioeducativa, V. 2, n. 2, PAGINES 75-94. Consultado en http://www.in.uib.cat/pags/volumenes/vol2_num2/riera/index.html en (poner fecha)”