Quien haya estado en Prada del Conflent y, más concretamente, en su Liceo Renouvier, sabrá que una de las características que definen a la Universitat Catalana d'Estiu es la multiplicidad de debates, conferencias, encuentros y asambleas. Esta es una, sólo una, de las ventajas que goza una universidad democrática. Por menos de nado, cuatro personas y un departamento pueden organizar un debate o una mesa redonda. Sólo con anunciarlo basta. Lo que sucede es que esta gran proliferación Impide asistir a todas. Esto es lo que nos pasó cuando el departamento de literatura enuncia una mesa redonda sobre «Novel·la i antinovel·la», compuesta por Terenci Moix, J. F. Mira. Víctor Mora, Ricard Salvat, Jaume Vidal Alcover y Maria Aurèlia Capmany como moderadora. En aquel momento asistíamos a otra con el grupo teatral Pluja, de Gandía, en torno a su importante trabajo teatral «Supercaminal».
Pudimos, no obstante, oír la grabación de dicha mesa redonda y hemos de confesar que algunas intervenciones, planteamientos y opiniones nos sorprendieron y desalentaron en gran manera, más cuando todos los componentes de la mesa son novelistas en activo o han escrito novela. Suponemos que la urgencia e improvisación de las múltiples actividades impide una mayor profundización de muchas de las opiniones que en los distintos ámbitos, se manifiestan en Prada. Claro que en el tema que nos concierne tan discutible pueden ser ciertas argumentaciones —pienso principalmente en Terenci Moix, J. F. Mira y Víctor Mora— como las mismas actitudes y posiciones defendidas, que podemos hacer casi extensible a la mayoría de los representantes de la mesa de clara, firme y decidida oposición a lo que fantasmalmente se llama antinovela. Que la mesa manifestara una oposición general, que no total, de antinovela no es ni bueno ni malo. Es, sencillamente, una opinión mayoritaria por existir entre los participantes una identidad de criterio y, a no dudar, con otros participantes hubiera podido dar un resultado distinto. Nada nos enfrenta, pues, con esta opinión que consideramos muy respetable, puesto que cada uno es muy libre de pensar lo que crea más oportuno.
Pero aquello en los que disentimos profundamente es en las argumentaciones que se esgrimieron para fundamentar tal opinión. En este caso, a pesar de que J. Vidal Alcover sentenciara lo inadecuado de la denominación de novela y antinovela y de los textos narrativos que se identifican o se pueden identificar con uno u otro nombre, no se logró evitar el escollo del más desafortunado simplismo cayendo en una serie continuada de equivalencias aptas para provocar un «sofoco literario». Las equivalencias crearon este doble esquema. A: Novela = habitual comprensible = aceptable, y B: Antinovela = experimental = incomprensible = inaceptable. El concepto novela, según este planteamiento, responde más bien al tipo de texto narrativo que estamos más habituados a leer y que, por su comprensibilidad, aceptamos; mientras que antinovela es aquel texto querompe y se aparta de nuestros hábitos comunes de lectura, ensayando a veces formas que por su, aparente incomprensibilidad o su posible sin sentido no aceptamos. Además, esta crítica a la antinovela se planteaba, no desde una perspectiva de crítica razonada, sino que, a menudo, caía en la simple reducción ridícula o desprestigiadora, cuando no en la simple bufonada. Para Moix, como un recelo básico, temía que le dieran gato por liebre, es decir, el que la antinovela esconda un fraude literario. Para varios de los participantes, el que el lector no lo comprenda. Pero tanto la primera como la segunda opinión nos recuerdan las opiniones puritanistas que en contra del llamado arte abstracto podíamos leer hace algunos años en nuestros periódicos. Frente a esta opinión sólo uno o dos, creemos recordar que Salvat y Vidal Alcover, de los participantes defendían la posibilidad de una expresión creadora. Lo cual quiere decir defender la existencia de una creación literaria múltiple donde quepa A y B indistintamente, rechazando el esquematismo simplista anterior y no cayendo, añadimos nosotros, en otro simplismo mucho más grave, que es igualar la opción B o antinovela con unaposición que, debido a compleja accesibilidad, caiga en un posible elitismo teñido de antisociabilidad por parte del autor.
La mal llamada antinovela lo único que hace y de lo que se le puede acusar —acusación quemás bien hay que aceptar en sentido positivo— es que rompe los esquemas lógicos de la sintaxis narrativa tradicional, operando con una lógica nueva y diferente que nos obliga a leer de una manera distinta a la que hasta ahora conocíamos. Y si ante un texto dado nuestro código de lectura es insuficiente para descifrar su contenido, tanto cabe pensar que dicho texto carece de código como que su código es desconocido para nosotros, lo que obliga a un «aprendizaje» que nos lleve a él. Es demasiado fácil creer que la narrativa se sustenta sobre un solo tipo de verosimilitud sintáctica (forma) o semántica (contenido). Es mucho más razonable pensar que el límite de la verosimilitud se amplíe progresivamente y que cada nueva zona que se descubre produce una primera reacción de oposición y rechazo hasta que descubiertas sus leyes y aprendida su lectura, esta inverosimilitud se convierte en verosímil y es aceptada por el hábito público de lectura, enriqueciendo notablemente las posibilidades de su ámbito expresivo. En un trabajo inédito sobre la narrativa de Kafka (inverosímil semántico) hemos analizado un poco más detenidamente esta cuestión. Quisiéramos solamente concretar ahora que la verosimilitud e inverosimilitud responde únicamente a una concepción aceptada social y públicamente; que esta concepción es móvil y no fija y que la antinovela lo que pretende precisamente, a nivel literario y expresivo, es ampliar la zona de verosimilitud empleando una lógica y una sintaxis diferente a la tradicional, pero no por ello absurda e incomprensible.
Precisamente, dentro de la narrativa catalana, en estos últimos meses hemos podido leer los textos narrativos que representan tres ruptura de la sintaxis habitual, y que por ello amplían nuestros hábitos de lectura narrativa. Ciertamente que «Assaig d’aproximació a “Falles Folles Fetes Foc”», de Amadeu Fabregat, «L’adolescent de sal», de Biel Mesquida, y «Sòlids en suspensió», son tres textos de lectura limitada, pero ello, si no queremos dogmatizar y reducir la narrativa a un solo tipo posible de obra, no es suficiente para invalidar su existencia, valor o posible importancia. Lo que sucede es que los esquemas de análisis e interpretación son demasiado reducidos, obligando necesariamente a una ampliación. Algo así como un mayor conocimiento de lo que podría ser la narratología o estudio de los textos narrativos, ya sea teatro, cine o novela. Quizás entonces aceptáramos que la antinovela no es más que un tipo de novela distinta.
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