El gañido de la narrativa al borde de las escrituras

Text publicat a la revista El Viejo Topo, núm. 5 (febrer de 1977)

Quim Monzó, L'udol del griso al caire de les clavegueres. Edicions 62. Col. El balancí. Barcelona, 1976.

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Carles H. Mor

En “L’udol del griso al caire de les clavegueres”, de Quim Monzó (I) novela escrita hace ya dos años,  las técnicas de la literatura de la representación (técnicas básicamente descriptivas y, sobre todo,  y más en este caso, narrativas) han sido —pero no del todo, desafortunadamente— diluidas (o, si se prefiere, a la inversa), un tanto ignoradas —o positivamente despreciadas, de hecho—; ahora bien, esto ha sido realizado llevando tales técnicas a uno de sus extremos posibles (es decir: no transgrediéndolas. sino exacerbándolas). Por esta razón “L'udol del griso...” puede calificarse, en cierta manera,  de novela límite. Límite, hasta cierto punto, de la novela propiamente dicha, de la novela naturalista-realista. Límite en un sentido, y solamente en uno de todos los posibles: en el sentido de que, por ejemplo, las elipsis a lo largo del texto son constantes, continuas y extremas: toda la novela es una hilera de saltos de rompimientos argumentales (rupturas de una no-argumentación que no acaba de eliminar del todo el argumento en tanto que factor imprescindible para el realismo literario): la narración entendida, en esta novela, como un “puzzle” sin posibilidades de construcción definida, como mezcla casi permanente de elementos narrativos. Y, no obstante, la ilación que cose los trozos de la novela —fluidisinia y de muy buen leer— continua, un poco enmascaradamente, siendo naturalista: se trata, poco más o menos, de una especie de crónica subjetiva y objetivada de unos aspectos de los años 60: mitología pop, cierta problemática adolescente-juvenil, mayo parisino del 68, etc... Una crónica escéptica y punzante, incluso rabiosa, mas también distanciada —y voluntariamente banal, y, por esto mismo, en absoluto banal—. en forma de magma ágil y  superficial (dicho sea en la acepción no peyorativa: la superficie de “las cosas” puede ser —es— más rica, más polivalente, que la esencia —platónica— de estas cosas). Una crónica que, sin embargo, no lo es del todo, por intencionadamente parcial y porque da pié a un posible —y deseable— nivel de lectura en el que importa mucho más la manera de decir —que ya es decir siempre algo— que no aquello a lo que se refiere el decir; o sea: en este recomendable nivel de lectura, el referente del mayo del 68, de la mitología pop de una generación, etc... quedan relegados a segundo término. Para entendernos, y a través de una suposición: Quim Monzó, según cómo, no parece haberse propuesto escribir sobre algo, sino simplemente escribir algo (como quería Joyce) y, no obstante, ha tenido que recurrir a elementos autobiográficos, a aspectos de lo real que en la novela se transforman en impresión de realidad: el estilo entrecortado, onomatopéyico, casi psicodélico a veces —aunque contenido en todo momento— de  “L’udol del griso...” aboca a una impresión de realidad muy vivida”. El autor no ha sabido —no ha podido, ni siquiera lo ha intentado, ni le ha interesado— dar un paso más y diluir del todo, o suprimirlas, las técnicas de la representación de la realidad, las técnicas de la novela naturalista-realista: en tal caso, si esto hubiera pretendido, la novela se le habría deshecho en las manos, y para (re) componerla habría tenido que partir de otros planteamientos distintos de los de la literatura dominante. ¡Lástima! Porque hay muchos momentos —muchos fragmentos— en que el texto se orienta hacia la transgresión de la concepción literaria dominante y de sus códigos. Y, en vez de transgredirla, lo que hace Monzó es romper en parte las cartas, las reglas, dejar a medias de jugar a la novela realista y llevar el resultado a consecuencias no últimas, sino también a medias tintas respecto a una escritura no naturalista. Y es justamente éste uno de los aspectos más interesantes de esta novela, que apunta —a pesar de todo, a pesar de ella misma y de las intenciones de su autor— hacia una escritura sin referencia a un defuera del propio lenguaje empleado, hacia una escritura (unas escrituras) cuyo referente no sea ninguna otra cosa más que aquello que dice el texto(s) concreto( s).

En el raquítico panorama de las letras catalanas, la novela de Quim Monzó no resulta exactamente insólita, pero sí que es significativa —y únicamente por esto ya resultaría interesante— de cómo el armazón na-turalista-realista está saltando a pedazos, pudriéndose, a causa de resultar cada día más estrecho y constreñidor en relación a las posibilidades de una escritura liberada de tantas y tantas ortopedias —conscientes e in- conscientes— que provienen, todavía, del “noucentisme” y/o del “post-post-post-post-noucentisme”. Quim Monzó ha dado un paso en es- te camino de liberación.

Al margen de todas estas consideraciones —y sin en absoluto contradecirlas—, “L’udol del griso... “ no defraudará, se hace leer de un tirón, tiene muy buen sentido del humor, y mucha rabia. Y sobresale de las novelas catalanas de autores jóvenes, entre otras cosas porque Monzó sabía bien lo que pretendía y lo ha conseguido sin ponerse, como tantos otros, ni el “barret” ni la toga para escribir. Una novela, pues, que vale la pena leer, para disfrutarla y para extraer consecuencias como las que aquí hemos indicado. Es una novela que señala uno de los acabamientos de un tipo de literatura y que anuncia —es igual en definitiva si muy tímidamente o no— unas escrituras de ruptura.

(1) “L'udol del griso al caire de les clavegueres”, de Quim Monzó. Edicions 62; col·lecció “El balancí”. Desembre 1976, Barcelona.

 

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