Puntualmente, desde estas páginas nos hemos ocupado de las novedades que la narrativa valenciana nos ha ido ofreciendo. Lo hemos hecho porque creemos que ésta es una de las características determinantes de la narrativa catalana de los años setenta. Vuelta, pues, la vista hacia atrás vemos que se ha hablado de «toda» la narrativa publicada. De las obras de A. Fabregat, J. Gandia, J. F. Mira, C. Sánchez-Cutillas, Isa Tròlec y, el último Ferran Cremades. Prácticamente a una por año. Pero hoy, afortunadamente, se ha roto el maleficio y en estos últimos meses son varias las novelas valencianas que han visto la luz. En junio se presentaron cinco en Barcelona y de las novedades hay cuatro pendientes: Això diu que era, de Rafael Ferrando; Rondalla del retorn, de Josep Piera; Espai d’un ritual, de J. L. Seguí y Maria Catúfols, de Isa Tròlec. Hoy, y en espera de ocuparnos de las demás, nos referimos a esta última.
Isa Tròlec se dio a conocer con Ramona Rosbif, novela ganadora del premio «Andròmina» 1976. Por las condiciones de su prosa, Isa Tròlec, pseudónimo de Joan B. Mengual, es, con toda seguridad, uno de los novelistas más leídos del País Valencià. Ahora, con este nuevo texto Mari Catúfols (1), también ganadora de un premio importante, no hace sino confirmar las características estilísticas y narrativas de su primera obra publicada. Y, a su vez, aproximarse a una de las coordenadas o características comunes que se están perfilando en la obra de algunos de los narradores, que antes hemos mencionado.
Como en la primera novela el personaje de la novela es femenino i en ambas se cuenta su historia. Pero en Mari Catúfols el texto toma forma de una autobiografía o, mejor, unas memorias. Personaje, pues, en primera persona que nos hablará de él. En realidad de su infancia, pues es hasta los doce-trece años que se nos narra de una manera más o menos pormenorizada. Momento en que un amor infantil habrá de determinar en el silencio, el olvido, la espera y el recuerdo hasta esta edad indefinida —son treinta y siete según se nos cuenta en la página nueve— que supera los treinta y que es incapaz de concretar porque el personaje, Mari Catúfols, no sabe contar más allá de esta cifra, así pues la narración está construida sobre seis series de treinta páginas que totabilizan las ciento ochenta que tiene el libro. Este hecho extraño a primera vista nos define el personaje. Es decir, su condición social y su ingenuidad. No en vano, por otra parte, la narración está precedida de una cita de Mercè Rodoreda.
La niña Catúfols, como toda persona importante, nos quiere narrar su vida y asistimos así a una bella, lírica y poética narración. Mundo pues infantil, familiar, medio rural y marinero que nos descubre las escasas lecciones que Mari Catúfols va aprendiendo de la vida hasta llegar a la más íntima, el «amor» por Evarist que sólo podrá durar lo que dura la siega y que llenará la soledad de una niña cuya casa mira al mar y que no conoce otro paisaje que el que siempre han visto sus ojos. Soledad que un final brusco y violento nos llevará a la agobiante situación de una mujer adulta que, incapaz no obstante para ello, tienta el suicidio. Narración temáticamente simple, pero donde hay que encontrar toda su intensidad en el tratamiento del lenguaje y de la memoria-vida que se nos narra.
Esta situación literaria motiva, por otra parte, que el libro de Tròlec se alinee junto al de otros autores citados y constituya una de las dos coordenadas marcadamente evidentes dentro de la narrativa valenciana actual. Frente a la novela donde hay una ruptura o investigación del texto, otra casi lírica y coloquial, como la de J. F. Mira, C. Sánchez-Cutillas, J. Piera e Isa Tròlec. Esta narración coincide, asimismo con el mundo rural —sociedad agraria del País Valencià— y nos es presentada en forma de autobiografía, recuerdo o memorias.
Notes:
(1) Mari Catúfols. Isa Tròlec. P. Ciutat d’Alacant. Edit. Tres i Quatre. València, 1978.
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