Pedrolo, como era de prever, ha escrito «Las Meninas». Recuerden el lienzo de Velázquez: ahí están estos personajes que vinieron a presenciar el trabajo del retratista y que, sin darse cuenta, se han convertido en protagonistas del cuadro, transformando el acto de pintar, habitualmente secreto, en el objeto principal de la pintura; ahí está el artista, inmerso en su obra y fuera de ella al mismo tiempo; ahí, este pincel en el aire, expectante y móvil, que proclama la provisionalidad de lo ya hecho, su imposible terminación, y que anuncia el significado profundo de la tela: «Las Meninas» es la historia de «Las Meninas», la forma en que se construyen indefinidamente. Y esto es, exactamente , «Espais de fecunditat irregular/s» (1), un texto fundamental que acaso sólo podía escribir un novelista apasionado como Pedrolo: ahí está el personaje, Blanca, espectadora de sí misma, es decir, del proceso que la construye; ahí está el autor, a la vez próximo y lejano; ahí este lenguaje-novela en perpetua construcción, absorbiendo —como la mano de Velázquez— la luz más intensa, abierto —como el pincel— a cualquier nuevo estímulo, un lenguaje-novela «entès com el descabdellament de les possibilitats d'una estructura capaç d'eixamplar-se», sumiso «a les insinuacions innúmeres del seu propi fer-se necessàriament ambigu». Ahí están las palabras-meninas de Pedrolo.
Era de prever, digo. Pedrolo, que según la leyenda o la murmuración escribe diez folios diarios y que, por tanto, no puede detenerse nunca en una frase para investigar sus posibles ramificaciones, había de sentir, tarde o temprano, la necesidad de explorar, de reflexionar, a partir de una simple oración gramatical, de una proposición en blanco («una simple senzillament») de una página en blanco, de Blanca. De aquí había de surgir la historia de una mujer, al principio inexistente, narrándose —fecundándose— a sí misma, y la historia de la narración de Blanca: dos historias que, al unirse en el orden privilegiado del pensamiento creador, «ja no són ni una cosa ni l'altra, sinó un llenguatge nou, el llenguatge-novel·la».
Tal vez algunos lectores habituales de Pedrolo se sorprendan ante este extraño libro que aún inscribiéndose en lo que podríamos denominar el «realismo pedroliano», se eleva por encima de él y, en alguna medida, lo supera. «Espais de fecunditat... » no es ciertamente, un libro fácil, y quizá algunos se sientan desalentados ante estas páginas nada convencionales, escritas con la zancada larga y poco espectacular, pero precisa, del corredor de fondo. Pero, a pesar de estas dificultades, hay que leer, lenta y detenidamente, este objeto, porque es una pieza única, la reflexión más importante que ha producido nuestra literatura: ni reflexión práctica, ni reflexión teórica; simplemente, práctica teorizada a través de la misma práctica.
Es imposible detenerse aquí en las múltiples sugerencias que suscita este libro, en la fuerza sobrecogedora de algunas páginas (aquéllas, por ejemplo, en que Pedrolo elabora seis únicos prototipos de mujer que agotan todas las posibilidades actuales). Quiero señalar, tan sólo, que esta obra de Pedrolo posee, además, la virtud de situar en su justo punto el debate sobre la crisis de la novela (catalana) planteado hoy, una vez más, de forma superficial (en términos generacionales) y que no sólo confunde la crisis de la novela como género con hipotética pobreza de novelistas dentro de una literatura nacional, sino que, erróneamente, toma como síntoma de esta crisis la falta de preocupación por los problemas de la escritura. Pedrolo viene a recordarnos que la verdadera crisis empieza, precisamente, cuando los escritores dejan de escribir despreocupadamente, cuando comienzan a preguntarse en qué consiste el lenguaje de la novela, en qué términos se define la escritura, cuáles son sus exigencias y sus límites. Pero, además, Pedrolo nos ofrece una respuesta (abierta y llena de interrogantes) a estas preguntas fundamentales: frente al falso dilema en que parece polarizarse, hoy, la literatura (racionalismo-irracionalismo), y que corresponde de algún modo a la oposición realismo-formalismo, Pedrolo presenta e ilustra una nueva alternativa mucho más fructífera: según leyes propias y que, sometiéndose rigurosamente a ellas, contribuye con mayor eficacia aún a la compresión de la realidad y a la de sí mismo, en tanto que parte de esta realidad.
Creo que este libro no habrá sido escrito impunemente y que no sólo afectará en profundidad la futura obra del propio Pedrolo, sino también la de todos cuantos no consideran el acto de escribir como una simple rutina mercantilizada.
(1) Edicions Proa, Barcelona, 1973.
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